Una noche en la ópera
Iba a ser una sorpresa, pero la apretada agenda castellano leonesa y el destino se confabularon para estropearla. Sabía que íbamos al Real, pero no tenía claro si era a un concierto de Jazz, a una Ópera, a una Zarzuela o a un tour turístico. Yo apostaba por el Jazz y afortunadamente me equivoqué.
Como somos dos y tres cuartos con movilidad restringida, y ahora que vivimos intensamente los fines de semana porque entre semana nos separa el Pisuerga y 200 Km., el exceso de compromisos se concentra en los dos últimos días de la semana y hace que este cúmulo de buenos ratos nos haga indefectiblemente llegar tarde al siguiente. Pero amigos, este pequeño detalle concentrado en 15 minutos de retraso, unido a la ignorancia del que va por primera vez a la Ópera, que es no nos engañemos, como el que va por primera vez a una sesión de iniciación de una logia masónica y sale de su aldea expectante y con el respeto que entraña la ignorancia de creerse escogido por el destino para acceder a un estadío superior del estado evolutivo de la especie humana.
Llegamos al fin de la aldea engalanados y encopetados, temiendo asistir a una fiesta de disfraces donde los únicos disfrazados fuésemos nosotros, 15 minutos tarde. Pero en el San Pedro de las puertas del Real no hace concesiones, y menos a dos humildes mortales. Con lo cual nos mandaron directos al purgatorio de la 6ª planta donde nos proyectaron lo que ocurría en directo 6 plantas más abajo en una pantalla gigante, casi celestial, durante la hora entera que duró el primer acto.
Los tres siguientes actos los pasamos en el mismo cielo, pero además en el centro mismo, nada de las afueras, y además tuvieron la deferencia de amenizarnos la estancia con el hilo musical de la Boheme de Puccini, que no está mal.
Sin duda he de confesar que siendo un hedonista materialista, y estando seriamente preocupado por alimentar más la carne que el espíritu, el broche de oro fue la cena en el Real, con el Palacio Real al fondo y un lujo serio y rancio como del Orient Express, con camareros enguantados y alfombras donde los pies se te hunden hasta los tobillos.
Saboreamos cada momento de la experiencia del Teatro Real como si fuera el último antes de que un satélite comience a orbitar en nuestro espacio vital y ocupe el cien por cien de nuestras rotaciones y traslaciones, de nuestras corrientes telúricas y nuestras erupciones volcánicas. El satélite Bernardo.
Por Planeta Ab
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